Por : Ec.Carlos Pachito Alvarado
En los acontecimientos electorales en América Latina y en el resto de los países sin desarrollo, se presenta una realidad cuestionable y de difícil asimilación para las sociedades de nuestros países. El acto democrático de elegir autoridades y gobiernos que deben dirigir el destino de los pueblos, es cada vez más un acto ajusticiante, contrario al postulado supremo reivindicativo de las masas, de la corrección transformadora de los rumbos experimentales que germina cada régimen que se inaugura, en los lapsus establecidos por la razón institucional de la democracia del mercado.
La democracia capitalista, que rige en el mundo unipolar y convergente con el orden actual, constituye el arbitraje obligatorio por donde los ciudadanos “libres” y en posesión de “sus derechos” deben endosar la autoridad suprema del estado, a personajes que nacen o son concebidos en el fragor de las apetencias y necesidades perentorias que cada sociedad presenta en momentos específicos de su historia. Los actos recurrentes que identifican a esta democracia, permiten entender que los límites de esos “hombres y mujeres libres” que son el sustento necesario para la organización del estado en sus diversas formas , son condicionantes originadas en el sistema, como formas de privatizar esta figura institucional, convertida en un fetichismo moderno desde la revolución Francesa de 1780.
Los ciudadanos votan contra si mismos, haciéndose responsables inconscientes de los inmensos desafueros de sus gobiernos y líderes en el transcurso del itinerario del poder. Las sociedades no han madurado con la necesaria convicción de sus problemas, para entender el verdadero sentido que tienen las grandes decisiones del estado y la orientación ideológica pragmática que identifica un determinado régimen que se implanta con la legitimidad del ejercicio electoral, pero con la ausencia programada del contenido social de las necesidades del hombre. El ciudadano común, el hombre que deambula en la inmensa avenida de la incertidumbre del Estado privado, que no lo redime, que lo ultraja en sus derechos, se aproxima a los inertes espacios de la ausencia de representatividad y de un déficit de libertad y carencias incuantificables de justicia, de derechos económicos, sociales y humanos. Nos cuestionamos: ¿Cuáles son las motivaciones que conminan a los ciudadanos a este suicido social vestido de proceso democrático? ¿Qué es lo que induce a la voluntad social del demos a traicionar su propio destino?
En Colombia, Chile, Ecuador, Brasil, en América Central, en la mayoría de países Africanos, en Rusia, Turquía, en las sociedades históricamente contestatarias y resistentes a los ultrajes que la “libertad del voto” construye, los pueblos siguen siendo domesticados por un neo populismo conservador extremadamente cruento y garante del orden financiero del mercado. La democracia del capital, es la manera más fácil e ingenua de robarle al hombre su derecho a la libertad, al valor supremo de la dignidad de vivir en condiciones humanamente entendibles y, capaces de brindarle las oportunidades de construir sociedades emancipadas del atraso y la explotación histórica, de la que es tributario. La contestación recurrente en el mundo, de parte de la sociedad, de los “gilet jeunes”, de los “gambeiros”, de los “indígenas ecuatorianos” (que encarnan el espíritu de la población ecuatoriana), en Líbano, en Colombia, En Myanmar, en Irak, en todas partes, el clamor tiene una dirección disimulada, el rechazo al orden actual, al sistema capitalista. La impotencia del hombre en medio del dolor es visible y se adapta a la castración de sus libertades, que no pueden sucumbir en el contubernio de una democracia falsa, carente de representatividad, de concepción humana, de vindicación, de la convergencia indispensable entre el hombre y los beneficios de su aporte al desarrollo. La democracia en nuestros países, faculta a los gobiernos a inobservar la postración de inmensos segmentos humanos, en la secuela recurrente de procesos privatizadores y medidas graduales del exterminio de sus garantías sociales y económicas. Los países del sur, los mayores tributarios del sufrimiento global no ganan con la democracia, no han sido redimidos históricamente de la explotación y del despojo.
La democracia sigue siendo un modelo inacabado, extremadamente ajusticiador, carente de contenido social y de espíritu comunitario. Tenemos que inventar un nuevo orden, procreado en las entrañas sacras del ideal de un mundo nuevo, de un hombre nuevo, que se sustenta en los valores de la libertad, la justicia, la paz y el respeto a la dignidad humana.